Ubicada a la entrada de la Villa de Torre de Don Miguel, se haya la Ermita del
Cristo, un singular edificio que por momentos nos hace olvidar su condición de Ermita. Es
de modestas proporciones, como corresponde a este tipo de construcciones cuando están
integradas en el interior de las poblaciones, pero con un interesante juego de formas y
proporciones que la llevan a ser considerada por algunos arquitectos, una de las más bellas
obras realizadas durante el S. XVI en Extremadura.
La falta de documentación sobre esta obra,
añade a la misma, cierto grado de incertidumbre y
conjeturas sobre sus orígenes, aunque por los
rasgos estilísticos, así como por otra serie de datos,
investigadores e historiadores han despejado gran
parte de estas dudas. Según los estudios realizados,
sugieren su datación en torno a los años
comprendidos entre 1555 a 1565, atribuyendo su
autoría a Pedro de Ybarra, que al igual que en la
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en esta
misma localidad, introduce su “firma
arquitectónica” en la decoración de la parte
superior de los paramentos exteriores: la
alternancia de cruces y arquillos; además no
podemos olvidar la vinculación del maestro con la
Orden de Alcántara - y de ésta con la Villa de Torre
de Don Miguel-, así como su presencia en la obras
que se llevaban a cabo en la Iglesia parroquial
torreña, o en las de las localidades próximas de
Gata, Cadalso y Acebo.
Esta obra, es una construcción de planta
casi cuadrada, levantada sobre grandes sillares de
granito bien labrados, destacan por la importancia obtenida en la construcción los contrafuertes, que se
ubican en los cuatro ángulos y que alcanzan la cubierta. Los muros, al igual que los
contrafuertes, quedan divididos en dos por una escocia y un bocel que recorre la parte
inferior de todos los paños, y sobre los que se levantan los muros en sí; muros lisos que se
elevan hasta la parte superior dónde surge un entablamento que alberga el friso con cruces
y arquillos citado anteriormente. Un detalle singular lo constituye, en el lienzo posterior un arco de descarga, que puede confundir y llevar a pensar en un anterior acceso.
El elemento que más destaca de esta obra, es sin lugar a duda su portada, en la que
llama poderosamente la atención un gran arco de medio punto que enmarca una puerta adintelada, coronada por un frontón triangular, también de grandes dimensiones. De nuevo, siguiendo los estudios más contrastados, nos remiten a una reforma de finales del Siglo XVI, en la cual se sustituiría el acceso original -constituido por el arco clasicista cerrado por una verja, como sucede en los humilladeros-, por el conjunto que constituye la puerta y su dintel. Otra modificación posterior, sería la incorporación de la espadaña, en la cual figura la fecha de 1673, su campana: la “campana chica”, fue trasladada a la Iglesia parroquial. A finales del pasado siglo, la ermita sufría un grave incidente que conllevaba la pérdida del umbral, cuya cubierta estaba construida con madera y teja árabe, apoyada en dos columnas de granito y sobre unas pequeñas ménsulas fijadas en la fachada, aún se conservan los bancos corridos de granito que siguen brindando descanso, ahora a cielo abierto.
Continuando con la descripción de la portada, atrae poderosamente la atención su
tímpano triangular, junto con su decoración interior y los dos vanos elípticos que le
acompañan en sus laterales, los elementos que aportan más personalidad a la ermita.
Salvador Andrés Ordax (Catedrático de Historia del Arte), llama nuestra atención al
establecer una cierta similitud, de éste frontón triangular, con el existente en la portada
Oeste de la Catedral de Coria (obra en la que también participó el maestro Pedro de
Ybarra). Se asienta dicho tímpano sobre un friso en el cual aparecen tres parejas de
medallones. En el cuerpo inferior de la fachada, en el centro se ubica una bella puerta de
madera, labrada con motivos geométricos y florales, tristemente dicha puerta se encuentra
en estado degradado. A ambos lados de la puerta existen dos ventanales cerrados, con tres
balaústres cada uno. Elevando nuestra mirada a la parte superior de la portada, nos
encontramos con un curioso detalle ornamental: una ménsula con forma de “S” que corta
el entablamento superior de arquillos y cruces. Otro de los elementos que atrae la atención
y que enriquecen notablemente esta construcción, son las gárgolas zoomorfas bien talladas,
con alusiones y mensajes que anteriormente serían fácilmente interpretados, pero que a
fecha de hoy se antojan más complejos.
Esta ermita, es sin lugar a duda otra de las maravillas arquitectónicas que guarda la
Sierra y que con algunos cuidados, como son la retirada del tendido eléctrico que sustenta,
la recuperación de su umbral, un tratamiento que ayudara a mantener la bella puerta,
ayudarían a recobrar su primitivo aspecto. Si además se recuperara su pavimento
empedrado y se buscara un tratamiento en las edificaciones próximas a su entorno, Torre
de Don Miguel no solo habría realizado una gran labor de recuperación de su patrimonio,
si no que demostraría una clara puesta en valor del mismo, y que ojalá sirviera de ejemplo
en la comarca.
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